Es
de sobra conocido que la pluma de Daniel Defoe creó la novela inglesa.
Sólo discuten este honor Samuel Richardson y Henry Fielding, escribiendo
el primero su mejor obra, Pamela, en 1740 y siendo el mismo año el momento en que comenzaron a ser escritas las mejores obras del segundo.
Defoe y su Robinson Crusoe
se adelantaron veintiún años; la famosa obra fue publicada en 1719. La
cuestión de la paternidad de la novelística inglesa se halla en un
sencillo hecho: Richardson y Fielding fueron más “artistas” que Defoe.
La grandeza de este último yace en su habilidad narrativa: la aptitud
para contar una historia sin hendiduras, producto de una visión atenta
desarrollada en su labor como periodista.
Algunos
lectores encuentran en la obra de Defoe un problema de prosaísmo: la
excesiva llaneza del relato, la trivialidad de los conceptos. Jaime
Torres Bodet, intelectual mexicano y meticuloso lector escribió sobre Robinson Crusoe: “Busco ahora en vano, en la páginas de Defoe, la descripción de... ¿Quieres seguir leyendo?
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