Mañana de viento inquieto, de respetuosa curiosidad, de sol intenso. La Comunidad UAM y los asistentes del Colegio Americano de Cuernavaca, asistieron martes 23 a un espectáculo cultural al que pocas veces se puede acudir en la vida; y es que el campus Loma del Águila recibió la visita de un grupo de monjes tibetanos, quienes cantaron, conversaron, y convivieron con estudiantes, profesores, trabajadores, autoridades e invitados especiales.
Magda Ponce Hernández, cabeza del grupo Educativo Americano (GEA), abrió la actividad al dar la bienvenida a los monjes budistas, y con una breve exposición de motivos, en la que explicó el acercamiento del GEA con la comunidad tibetana en el exilio.
Expresó que la presencia del coro compuesto monjes y seminaristas tuvo comno objetivo acercar la cultura tibetana a la Comunidad UAM y del Colegio Americano de Cuernavaca, para que esta pueda apreciar de cerca otras expresiones culturales, filosofemas y a través de ello ampliar los horizontes de su mente mediante la aventura del conocimiento.
Dijo que en el convulso contexto internacional, la presencia de los mojes tibetanos es una muestra de cómo toda paz y toda armonía proviene del individuo, y de él se extiende hacia el entorno; al contrario a lo que muchos piensan.
Tras un breve prólogo a la misión de los visitantes por quienes coordinan su gira en México y por Meggie Salgado, dueña del restaurante Casa Manzano, donde los monjes realizan un mandala de arena, éstos dieron inicio a su recital, explicando el sentido de armonía entre el hombre y la naturaleza, como sustento de su canto.
Los asistentes guardan silencio. Los monjes cierran los ojos y llenan el aire con sus voces. Los rostros de los espectadores muestran expresiones diversas que van del asombro a la extrañeza y del gozo a la paz. Algunos cierran los ojos, y así sentados, se entragan a las voces para sentir sus efectos.
Suenan también los instrumentos tradicionales, el sonido cala, entra a los sentidos y de pronto es como escuchar música por vez primera. Cada uno de los monjes se transforma en un instrumento de la naturaleza, su canto es de pronto, un mensaje directo de la naturaleza, un diálogo con el universo.
Algunos estudiantes escuchan desde sus salones en el edificio B, los usan como palcos. La mayoría de la Comunidad UAM está en el prado que bordea el largo estanque de los peces, unos de pie, otros sentados en sillas, en el pasto, en el pavimento, donde sea, con tal de estar ahí, sólo el sol es un poco molesto, la mayoría lo siente y lo ignora, ya habrá tiempo, por ahora los cantos lo llenan todo.
La multifonía de las voces llena los jardines de la UAM, los jóvenes miran absortos, escuchan y se miran, escuchan y callan. La música de sus alientos y metales es adosa al rumor del agua de las fuentes, a las hojas que el viento bate alrededor de quienes asisten.
Al término, los mojes conversan en inglés con algunos profesores, otros explican el significado y utilidad de los efectos personales que venden para sostenerse en el exilio, para costear los gastos de la gira; los estudiantes se toman fotos con ellos. Cada monje es una sonrisa amable, una vocación de paz cuyo sólo ejemplo convence y anima. Una estudiante comenta a su amiga: - Si hay gente como ellos, el mundo tiene remedio todavía.
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