martes, 10 de julio de 2012

Celos

Por Arturo Escajadillo Villanueva | 5o- de Comunicación sabatino


Dora escuchó con estupor las duras palabras del Juez:

“Se sentencia a la acusada, Dora María González Romero, a una pena de 15 años de prisión por la comisión del delito de intento de asesinato en contra de Rebeca Medina López”.

En ese instante sintió que se iba a desmayar, apretó fuertemente la silla de ruedas mientras se preguntaba por qué le pasaba esto a ella, cómo fue que las cosas sucedieron de esa manera, por qué su vida pasó de la felicidad a la desesperación, y de ahí al dolor y a la desgracia.

Desde hacía tres años llevaba una relación amorosa con Emilio, a quien conoció en el taller de teatro de la prepa ocho. Estaba muy lejos de ser guapo pero a ella le atraía su aspecto de fragilidad y su buen sentido del humor. Sin proponérselo, se enamoró de él irremediable y apasionadamente. Era una relación estable, basada en el respeto y el cariño. Tenían sus diferencias de opinión y de gustos, pero nunca hubo un pleito entre ellos.

Aquella fría mañana de enero Emilio se sintió mal, un poco mareado y con dolor de cabeza, y antes de ir a la universidad acudió al centro de salud para una consulta médica.

La enfermera que lo atendió, una joven simpática de grandes ojos negros, lo condujo hacia el cubículo en donde le colocó el brazalete del baumanómetro para revisarle la presión arterial. 

-¡Uy!, ¡Qué bárbaro! - dijo la muchacha - Tiene la presión muy alta.
-A quién no se le va a subir la presión delante de una mujer tan bonita- respondió el joven galantemente.

Rebeca se ruborizó y lo miró sonriente, con coquetería.

Ese fue el inicio de un romance que, a las pocas semanas, llevaría a Emilio a terminar su noviazgo: “Lo siento Dora. En el corazón uno no manda. Estoy saliendo con otra mujer”.

No podía creer lo que oía. Estaba devastada. El hombre al que amaba, con quien se iba a casar, a tener hijos y luego nietos, con quien compartiría su vida, el que envejecería a su lado, la dejaba por otra. Sintió que el mundo se le venía encima. Así, sin más, Emilio ponía fin a su proyecto de vida. Fue un impacto muy fuerte para Dora, quien lloró y suplicó, pero él fue inflexible, la decisión estaba tomada. Solamente alcanzaba a repetir una y otra vez: “Lo siento Dora”.

Cegada por la frustración y la ira, se propuso descubrir quién era aquella por la que la “había cambiado”. A escondidas, le siguió los pasos a Emilio por las calles de la ciudad hasta que él se encontró con Rebeca. La imagen de la pareja abrazándose le provocó rabia y un amargo sabor a lágrimas.   

Esa noche no pudo dormir. Obsesionada, al día siguiente acechó a la enfermera. Desde muy temprano la esperó frente a su casa hasta que, a las diez de la mañana, Rebeca apareció con su uniforme blanco y Dora fue detrás de ella.

El bullicio cotidiano imperaba en la estación del metro. Ambas mujeres se dirigieron al andén con dirección a Pantitlán. Rebeca miraba hacia el túnel esperando que llegara el tren; Dora no le quitaba la vista de encima.     

Arrebatada, se le paró enfrente y le reclamó; le exigió que dejara a “su hombre”.
-No sé de qué me hablas- dijo sorprendida la enfermera.

El tren anunciaba su llegada y Dora sintió un escalofrío; tenía un enorme vacío que sabía que no podría llenar con nada. Un deseo de venganza la impulsó a tratar de empujar a Rebeca hacia las vías. Por un momento hubo un forcejeo, instintivamente la enfermera opuso resistencia y con un movimiento ágil puso a su atacante en una posición difícil, haciendo que ésta perdiera el equilibrio y jalara con fuerza a Rebeca para que las dos cayeran al carril del metro, llevando Dora la peor parte, al sufrir un doloroso golpe en la espalda.     

El conductor del metro apenas pudo frenar y asombrosamente evitó atropellarlas. Con agilidad, Rebeca se incorporó, brincó de las vías al andén, corrió perdiéndose entre la gente, y no paró hasta llegar a su casa. Nadie reparó en su huida, todos estaban atentos a “la señora que está tirada en las vías”. Dora no logró incorporarse, no podía mover las piernas.

El desagradable y monótono sonido de la sirena que la trasladó al hospital desapareció únicamente para que ella pudiera oír el inclemente diagnóstico del doctor: “Usted nunca volverá a caminar”.

En la misma silla de ruedas en que salió del hospital, llegó al Centro Femenil de Readaptación Social Tepepan.

Paradójicamente, Rebeca y Emilio no supieron soportar la situación, y unos días antes de que le dictaran sentencia a Dora, decidieron romper su relación.       

Por lo pronto, Dora María está sufriendo tres condenas: vive sin Emilio, encadenada a una silla de ruedas, y confinada tras las rejas de la cárcel.

Y todo por los celos. Por los malditos celos.

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